La junta acabó y me habían dado mi carga de materias... una sola materia, siendo que en las entrevistas de trabajo me habían ofrecido dos. No hice escándalo, pues, como he dicho antes, necesitaba urgentemente cualquier dinero.
Salí pasadas las 10 de la noche de la junta de inducción, que no me indujo a nada, más que a acrecentar mis dudas sobre la legitimidad de la escuela; pero yo necesitaba el dinero.
Las clases comenzarían el lunes próximo y yo no tenía el temario de la materia que iba a impartir, así que no tenía idea de cómo comenzar el curso. Me tranquilicé pensando que podría tomar un temario similar de otra universidad. Hasta el día viernes, cuando recibí un correo confirmando de manera formal mi carga de materias... dos esta vez, diferentes a las dos que me habían ofrecido en las entrevistas y a la que se me asignó en la inducción. Esto estaba bien por mi, pues significaba más dinero.
Los temarios llegaron por correo la madrugada del domingo, por lo que no pude preparar más que una primera clase genérica en la que incluí un examen diagnóstico.
A pesar de que las cosas pintaban bastante mal, yo seguía conservando en el fondo una actitud positiva, pues, es sabido de cualquier profesor, que estar frente a un grupo de universitarios puede ser más satisfactorio que cualquier otra cosa. Me arreglé lo mejor que pude (sin llegar a la formalidad) y salí puntual a dar mi clase, la primera clase de lo que esperaba fuera un gran principio para mi.
En la escuela pedí el material necesario y subí a mi salón de clases, listo para encontrarme con jóvenes deseosos de aprender lo que tenía que enseñarles, cerebros de veintitrés años (según mis cálculos debido al cuatrimestre al que pertenecía mi materia) listos para aprender y cuestionar su relalidad. Por supuesto que no fue así, y es que esperé casi veinte minutos para que el primer alumno (de unos treinta años) entrara con desgano e indiferencia al salón, preguntándome si ya había llegado el profesor.
Para no extender el cuento, todos mis alumnos eran más grandes que yo y tenían una actitud nefasta ante mi clase. No recuerdo haber estado jamás ante un auditorio tan indiferente. Al aplicar mi examen diagnóstico, una de las preguntas era si conocían algún tratado internacional sobre la protección del ambiente, a lo que dos de mis cuatro bultos de carne contestaron llanamente "Sí".
Salí desolado de mi primera clase, ¿Qué carajos había pasado?. Nadie me puso atención, la única mujer se la pasó maquillándose y uno de los bultos de carne, al escuchar que yo daba otra clase a la que él estaba inscrito, me aclaró cortesmente que no pensaba asistir esa semana para evitar aburrirse.
La segunda clase no fue muy diferente, a pesar de tener una actitud un poco más positiva, el reto era burlarse del profesor. Agradezco ser joven y cinéfilo, pues de otra forma esos pequeños idiotas se habrían salido con las suya, permítanme explicar: al contestar a la pregunta sobre el conocimiento de un acuerdo internacional sobre la protección del ambiente, uno de ellos muy confiado dijo "Los acuerdos de Sokovia, por supuesto los conoce, ¿no profesor?". Y claro que los conozco, son los acuerdos ficticios mostrados en "Capitán América: Guerra Civil" por los cuales Tony Stark y Steve Rogers comienzan a pelear.
Admito que disfruté ver su cara de decepción y coraje al decirle que se estaba confundiendo con un tratado internacional ficticio, pero fue más mi decepción tras esa primera semana tortuosa de clases mal logradas.