domingo, 16 de diciembre de 2018
El Universo cinematográfico de Marvel y Avengers: Infinity War. ¿Por qué nos hace sentir tanto a los adultos?
Las películas del universo cinematográfico de Marvel llevan ya 10 años en las pantallas, haciendo de las suyas entre el público de todas las edades. Pero ¿Cuál es el público que mayormente las ve?. De acuerdo a la página https://www.statista.com/statistics/807367/marvel-movie-viewership-age/ para las películas de la serie de "Avengers" el grupo etario de mayor asistencia está entre los 18 y los 34 años... La página en realidad no es muy buena, los porcentajes de hecho no suman un 100%, pero pensé que si ya habías llegado hasta aquí te gustaría pensar que esto tiene un poco de formalidad.
Aunque la fuente que cité no es muy buena (¡y cobra dinero por una suscripción!), el dato es verdad, los niños no son la principal audiencia de Avengers. La confusión está extendida, porque incluso ha habido quejas de grupos de padres conservadores en Estados Unidos, alegando que el tono de su última película (Infinity War) es muy oscuro, siendo que los superhéroes son un producto para niños. Aquí es claro que este señor seguro apoya a Donald Trump, porque sólo un neofito ultraconservador diría tal barbaridad.
Los superhéroes son la versión actual de la mitología, personajes que representan y enaltecen los valores que consideramos importantes. Hasta este punto se le podría dar la razón al padre de familia que teme por el tono "oscuro" de Infinity War, pero estaríamos dejando de lado el hecho de que los padres de Batman habían sido brutalmente asesinados en un callejón en los años 40 del siglo pasado, o que el tío Ben había muerto en manos de un ladrón en 1962.
Ambos hechos, extremadamente violentos, sirven de pretexto a la narrativa del personaje, son el pivote sobre el cual cada uno de los héroes puede comenzar su camino.
Aclarado lo anterior, podemos seguir esta discusión, ya sin el temor de asegurar que los superhéroes no son necesariamente para niños, entrando al tema medular que me interesa: ¿Por qué Infinity War nos hizo sentir tanto a los adultos?.
Nací a principios de la década de 1990, estoy en un grupo de edad entre los 25 y 30 años, así que entiendo que quizá, varias de las conclusiones a las que llegue no serán extrapolables a muchas personas, pero, ¡Caray!, ese momento cuando Thanos truena los dedos y la mitad de TODO se muere. No recuerdo haber sentido tanta impotencia en una sala de cine desde que Naomi Watts era arrastrada por los escombros del tsunami en "Lo imposible" (qué curioso que el actor que interpretaba a su hijo mayor es el actual Hombre Araña).
Fueron tantas escenas épicas juntas en una sola película, que era imposible dejar de ver la pantalla. Si parpadeabas en un momento inoportuno seguro podrías perderte de una pieza de acción inigualable: La pelea entre el Capitán América, la Viuda Negra, la bruja escarlata, Visión y Falcon (no hay cómo hablar de esto sin campechanear idiomas, lo siento) contra la Orden Oscura, la primera pelea en Nueva York contra Calamardo con poderes telequinéticos, la lucha de mujeres entre Okoye, la Viuda Negra y la Bruja Escarlata contra Proxima Midnight... ¡Dios!, en esa escena mis cabellos se pusieron de punta, ¡Qué manejo de la acción! un mensaje feminista ligero pero contundente cuando la villana amenaza a La Bruja Escarlata diciendo que va a morir sola, ah pero entonces escuchamos a Scarlett Johansson diciendo en un tono de sorpresa "Ella no está sola", diálogo seguido de la increíble música de Alan Silvestri que por fin pude memorizar.
La película ha sido analizada y vuelta a analizar, así que mi aportación va en torno a algo nuevo que intenta contestar el por qué de nuestra atracción como adultos hacia esto. Creo haber llegado a una conclusión satisfactoria, y se trata de nuestros juegos de niños (antes de que las tablets y celulares hicieran las veces de padres). Recuerdo estar sentado en el pasto con una caja de juguetes que desordenaba a mi alrededor, veinte o treinta figuras de diferentes películas y series (algunas ni siquiera pertenecían a una franquicia), con la constante de que todos los personajes interactuaban entre ellos y eran, en cierta medida, necesarios para hilar la historia de mis juegos. A veces, aunque Harry Potter no era tan importante, mi juego necesitaba que un objeto volara para que Batman se salvara y pudiera llegar a rescatar a los dinosaurios... siendo absurdo que Batman pudiera hacerlo solo, se necesitaba contar con un mago.
La interacción entre personajes era inevitable y les pido que recuerden ese instante de sus juegos cuando todos los buenos que "lanzaban" algún poder atacaban al malo. Me alcanzo a ver lleno de polvo acostado boca abajo sobre el piso con mis juguetes en las manos haciendo los ruidos de todos esos rayos y lasers y chorros de agua y electricidad, llenándome los labios de baba con esos rugidos tan raros... y lo vuelvo a ver hoy, veinte años después, en el cine, cuando todos los héroes pelean contra Thanos en Titán. Son mis juegos, son nuestros juegos hechos una película.
¿Por qué Avengers: Infinity War nos hace sentir tanto como adultos? Mi respuesta: porque nos recuerda que fuimos niños que hace décadas ya hacíamos atrevidos cruces entre universos y marcas competidoras, porque nos ofrece la posibilidad de sentarnos a ver un juego divertido, emocionante y, a veces, siniestro; en el que no importa que gane el malo... porque el malo también llegó a ganar en nuestros juegos, pero siempre sabíamos que al día siguiente podríamos sacar nuestros juguetes al patio y arreglar las cosas.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
Una empresa disfrazada de universidad (parte 3)
La junta acabó y me habían dado mi carga de materias... una sola materia, siendo que en las entrevistas de trabajo me habían ofrecido dos. No hice escándalo, pues, como he dicho antes, necesitaba urgentemente cualquier dinero.
Salí pasadas las 10 de la noche de la junta de inducción, que no me indujo a nada, más que a acrecentar mis dudas sobre la legitimidad de la escuela; pero yo necesitaba el dinero.
Las clases comenzarían el lunes próximo y yo no tenía el temario de la materia que iba a impartir, así que no tenía idea de cómo comenzar el curso. Me tranquilicé pensando que podría tomar un temario similar de otra universidad. Hasta el día viernes, cuando recibí un correo confirmando de manera formal mi carga de materias... dos esta vez, diferentes a las dos que me habían ofrecido en las entrevistas y a la que se me asignó en la inducción. Esto estaba bien por mi, pues significaba más dinero.
Los temarios llegaron por correo la madrugada del domingo, por lo que no pude preparar más que una primera clase genérica en la que incluí un examen diagnóstico.
A pesar de que las cosas pintaban bastante mal, yo seguía conservando en el fondo una actitud positiva, pues, es sabido de cualquier profesor, que estar frente a un grupo de universitarios puede ser más satisfactorio que cualquier otra cosa. Me arreglé lo mejor que pude (sin llegar a la formalidad) y salí puntual a dar mi clase, la primera clase de lo que esperaba fuera un gran principio para mi.
En la escuela pedí el material necesario y subí a mi salón de clases, listo para encontrarme con jóvenes deseosos de aprender lo que tenía que enseñarles, cerebros de veintitrés años (según mis cálculos debido al cuatrimestre al que pertenecía mi materia) listos para aprender y cuestionar su relalidad. Por supuesto que no fue así, y es que esperé casi veinte minutos para que el primer alumno (de unos treinta años) entrara con desgano e indiferencia al salón, preguntándome si ya había llegado el profesor.
Para no extender el cuento, todos mis alumnos eran más grandes que yo y tenían una actitud nefasta ante mi clase. No recuerdo haber estado jamás ante un auditorio tan indiferente. Al aplicar mi examen diagnóstico, una de las preguntas era si conocían algún tratado internacional sobre la protección del ambiente, a lo que dos de mis cuatro bultos de carne contestaron llanamente "Sí".
Salí desolado de mi primera clase, ¿Qué carajos había pasado?. Nadie me puso atención, la única mujer se la pasó maquillándose y uno de los bultos de carne, al escuchar que yo daba otra clase a la que él estaba inscrito, me aclaró cortesmente que no pensaba asistir esa semana para evitar aburrirse.
La segunda clase no fue muy diferente, a pesar de tener una actitud un poco más positiva, el reto era burlarse del profesor. Agradezco ser joven y cinéfilo, pues de otra forma esos pequeños idiotas se habrían salido con las suya, permítanme explicar: al contestar a la pregunta sobre el conocimiento de un acuerdo internacional sobre la protección del ambiente, uno de ellos muy confiado dijo "Los acuerdos de Sokovia, por supuesto los conoce, ¿no profesor?". Y claro que los conozco, son los acuerdos ficticios mostrados en "Capitán América: Guerra Civil" por los cuales Tony Stark y Steve Rogers comienzan a pelear.
Admito que disfruté ver su cara de decepción y coraje al decirle que se estaba confundiendo con un tratado internacional ficticio, pero fue más mi decepción tras esa primera semana tortuosa de clases mal logradas.
Salí pasadas las 10 de la noche de la junta de inducción, que no me indujo a nada, más que a acrecentar mis dudas sobre la legitimidad de la escuela; pero yo necesitaba el dinero.
Las clases comenzarían el lunes próximo y yo no tenía el temario de la materia que iba a impartir, así que no tenía idea de cómo comenzar el curso. Me tranquilicé pensando que podría tomar un temario similar de otra universidad. Hasta el día viernes, cuando recibí un correo confirmando de manera formal mi carga de materias... dos esta vez, diferentes a las dos que me habían ofrecido en las entrevistas y a la que se me asignó en la inducción. Esto estaba bien por mi, pues significaba más dinero.
Los temarios llegaron por correo la madrugada del domingo, por lo que no pude preparar más que una primera clase genérica en la que incluí un examen diagnóstico.
A pesar de que las cosas pintaban bastante mal, yo seguía conservando en el fondo una actitud positiva, pues, es sabido de cualquier profesor, que estar frente a un grupo de universitarios puede ser más satisfactorio que cualquier otra cosa. Me arreglé lo mejor que pude (sin llegar a la formalidad) y salí puntual a dar mi clase, la primera clase de lo que esperaba fuera un gran principio para mi.
En la escuela pedí el material necesario y subí a mi salón de clases, listo para encontrarme con jóvenes deseosos de aprender lo que tenía que enseñarles, cerebros de veintitrés años (según mis cálculos debido al cuatrimestre al que pertenecía mi materia) listos para aprender y cuestionar su relalidad. Por supuesto que no fue así, y es que esperé casi veinte minutos para que el primer alumno (de unos treinta años) entrara con desgano e indiferencia al salón, preguntándome si ya había llegado el profesor.
Para no extender el cuento, todos mis alumnos eran más grandes que yo y tenían una actitud nefasta ante mi clase. No recuerdo haber estado jamás ante un auditorio tan indiferente. Al aplicar mi examen diagnóstico, una de las preguntas era si conocían algún tratado internacional sobre la protección del ambiente, a lo que dos de mis cuatro bultos de carne contestaron llanamente "Sí".
Salí desolado de mi primera clase, ¿Qué carajos había pasado?. Nadie me puso atención, la única mujer se la pasó maquillándose y uno de los bultos de carne, al escuchar que yo daba otra clase a la que él estaba inscrito, me aclaró cortesmente que no pensaba asistir esa semana para evitar aburrirse.
La segunda clase no fue muy diferente, a pesar de tener una actitud un poco más positiva, el reto era burlarse del profesor. Agradezco ser joven y cinéfilo, pues de otra forma esos pequeños idiotas se habrían salido con las suya, permítanme explicar: al contestar a la pregunta sobre el conocimiento de un acuerdo internacional sobre la protección del ambiente, uno de ellos muy confiado dijo "Los acuerdos de Sokovia, por supuesto los conoce, ¿no profesor?". Y claro que los conozco, son los acuerdos ficticios mostrados en "Capitán América: Guerra Civil" por los cuales Tony Stark y Steve Rogers comienzan a pelear.
Admito que disfruté ver su cara de decepción y coraje al decirle que se estaba confundiendo con un tratado internacional ficticio, pero fue más mi decepción tras esa primera semana tortuosa de clases mal logradas.
miércoles, 3 de octubre de 2018
Una empresa disfrazada de universidad (parte 2)
Sobreviví a la sesión de inducción, que duró 4 horas y
veinte minutos, de las 6 de la tarde a unos minutos pasadas las 10 de la noche.
La junta, como bien dije, se trató más de platicarnos las virtudes de UNITEC
(ya no importa si menciono el nombre de la empresa, empresa hoy y siempre ¡no
escuela!) que de introducirnos a su sistema.
Durante mi estancia ahí observé varias situaciones que llamaron mi atención negativamente:
1.-El anfitrión de la sesión, quien estrenaba su nuevo nombramiento de director de las carreras de ingeniería civil, ambiental, química y sustentabilidad (otro foco rojo es que una sola persona coordinara ingenierías tan variadas) tenía una cara de cansancio que no podía ignorarse.
Sus ojeras eran pronunciadas y daban la apariencia de alguien
que no había dormido en días. A pesar de que intentaba mantener una charla
agradable, sus fuerzas iban y regresaban por exceso de trabajo
2.-Los correos y comunicados que el jefe de división enviaba llegaban siempre pasadas las 12 de la noche, lo que quiere decir que se llevaba mucho de su trabajo a casa para trabajar a altas horas de la madrugada
3.-La presentación de los profesores: Un momento de miedo de verdad... primero, si me conoces, o me has leído, sabrás que, a pesar de ser un ególatra de categoría, respeto a la gente de cualquier estrato social. Si alguien es rico o pobre no me interesa mientras puedan mantener una plática interesante o no me molesten. Yo mismo estoy en tan mala situación económica que busqué trabajo en este lugar.
En fin, la presentación de los profesores... un salón que
comenzaba a llenarse de las personas más variadas, yendo de lo convencional a
lo dantesco de forma vertiginosa. Contraste de jóvenes y viejos dedicados a la
noble profesión de enseñar, y todos con una cosa en común: se notaba la
pobreza.
Tan mal como suena lo anterior, era cierto. A pesar de que
todos iban con una actitud positiva y muy aseados, la ropa se veía vieja, los
pantalones desgastados por el uso, las suelas de los zapatos gastadas, las
chamarras remendadas y las mochilas roídas
4.-No me dejé llevar por esa primera impresión y la junta continuó, ah, pero es que faltaban sustos todavía. La mecánica para repartir las clases es priorizar la antiguedad del profesor y su evaluación docente (en la que abundaré en la tercera parte). De acuerdo a estos criterios se ofrecen más, o menos clases.
Esto suena bien en teoría, pero, consideremos que el
tabulador de pagos funciona aproximadamente así: $139 la hora a profesionistas
con título y cédula, y un máximo de (no estoy seguro del número exacto, pero
voy a exagerar) $230/h a personas con doctorado.
Las clases se dan dos veces a la semana en sesiones de dos horas. Imaginemos que eres de ese ínfimo porcentaje de eruditos que se doctora y trabaja en esta empresa; tu salario sería de $4320 al mes por una clase.
Actualmente una beca de doctorado de CONACYT ofrece $14,000 al mes, lo que significa que tendrías que dar 6.3 clases para igualar la beca. Con siete clases ya garantizaste ganar más que un becario de doctorado, esto está bien si te dan esas siete clases, si te dan seis puedes, al menos, vivir holgadamente en un lugar sencillo y siendo ahorrador.
La persona que más clases recibió fue una maestra (me refiero a su título) a la que le dieron 4 clases, la mayoría de los profesores recibió únicamente 3. Tres clases, siendo doctor, se traducen en un salario mensual de $11,040; siendo licenciado, $6,672.
Las caras de los profesores que esperaban más clases y sólo recibieron una o dos, esas caras me van a perseguir por el resto de mi vida (sí, estoy siendo algo melodramático). Varios profesores, que al presentarse mencionaron llevar trabajando hasta 19 años con la empresa, recibieron dos clases, ¡dos clases por 19 años de tu vida! En sus ojos se alcanzaba a ver la angustia, y a pesar de que escondían la frustración, el enojo y la preocupación como los profesionistas que son, en el aire se escuchaba la pregunta muda que se hacían, "¿Qué voy a hacer ahora?".
La junta de inducción debió de ser suficiente para espantarme, pero seguí adelante, esperando que el placer de estar frente a un grupo de jóvenes universitarios disipara mis dudas.
lunes, 17 de septiembre de 2018
Una empresa disfrazada de universidad (parte 1)
No sé qué tanto debería abundar en detalles sobre esta entrada del blog. Naturalmente no deseo meterme en problemas, y, puesto me dedico es la academia, suena bastante probable que esto me traiga problemas si es leído por la persona equivocada.
Digamos que mi alma máter es la máxima casa de estudios del país. Es un espacio patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO y tiene de todo. En esta noble casa de estudios cursé la preparatoria, la carrera y la maestría. Mi relación ahora es la de empleado, y aunque el trabajo es muy poco para vivir de él, tengo la esperanza que los años me permitan crecer aquí.
¿Dije ya que el trabajo es poco para vivir de él?, bueno, pues fue necesario buscar por fuera otro ingreso, y viendo que mi vocación es la de enseñar, me acerqué a una universidad privada cuyo acrónimo está compuesto por las primeras tres letras de la palabra "universidad" y las primeras tres de "tecnología".
Mi primer sorpresa vino cuando pasé el primer filtro de entrevistas en Recursos humanos y hablé con un coordinador académico, quien claramente me dijo: "Aquí no tenemos alumnos de alto rendimiento como en la UNA(casi caen, sigamos con la discreción), nuestros alumnos son de bajo a medio rendimiento". De haber sabido que lo que decía era muy en serio creo que habría desistido en ese momento.
Los procesos de selección siguieron y, finalmente, fui comunicado de mi feliz ingreso. Me estaban ofreciendo dos materias, lo suficiente para no dejarme morir de hambre.
Mi segunda sorpresa fue la junta de inducción, en la que creí que se hablaría de lo que los profesorres de nuevo ingreso deberíamos saber sobre los procesos internos de la escuela (seguía pensando en ese lugar como una escuela). Cualquier estudiante de mi alma máter está acostumbrado a visitar auditorios elegantes con suelos de duela y asientos tipo estadio con una acústica envidiable, eso era lo que esperaba... hasta que entré en este espacio grande de concreto gris pálido y alfombra de poliéster industrial. La sensación era la de estar en una expo del World Trade Center, todo se sentía muy ejecutivo.
Las siguientes dos horas escuché a distintas personas, con facha y discurso de funcionario público, vanagloriarse de los logros de la institución. Eran grandes, poderosos y eficientes, y todo llevaba estrictos controles de gestión de calidad (es curioso, pero las palabras educación y enseñanza no figuraron en esta reunión).
Digamos que mi alma máter es la máxima casa de estudios del país. Es un espacio patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO y tiene de todo. En esta noble casa de estudios cursé la preparatoria, la carrera y la maestría. Mi relación ahora es la de empleado, y aunque el trabajo es muy poco para vivir de él, tengo la esperanza que los años me permitan crecer aquí.
¿Dije ya que el trabajo es poco para vivir de él?, bueno, pues fue necesario buscar por fuera otro ingreso, y viendo que mi vocación es la de enseñar, me acerqué a una universidad privada cuyo acrónimo está compuesto por las primeras tres letras de la palabra "universidad" y las primeras tres de "tecnología".
Mi primer sorpresa vino cuando pasé el primer filtro de entrevistas en Recursos humanos y hablé con un coordinador académico, quien claramente me dijo: "Aquí no tenemos alumnos de alto rendimiento como en la UNA(casi caen, sigamos con la discreción), nuestros alumnos son de bajo a medio rendimiento". De haber sabido que lo que decía era muy en serio creo que habría desistido en ese momento.
Los procesos de selección siguieron y, finalmente, fui comunicado de mi feliz ingreso. Me estaban ofreciendo dos materias, lo suficiente para no dejarme morir de hambre.
Mi segunda sorpresa fue la junta de inducción, en la que creí que se hablaría de lo que los profesorres de nuevo ingreso deberíamos saber sobre los procesos internos de la escuela (seguía pensando en ese lugar como una escuela). Cualquier estudiante de mi alma máter está acostumbrado a visitar auditorios elegantes con suelos de duela y asientos tipo estadio con una acústica envidiable, eso era lo que esperaba... hasta que entré en este espacio grande de concreto gris pálido y alfombra de poliéster industrial. La sensación era la de estar en una expo del World Trade Center, todo se sentía muy ejecutivo.
Las siguientes dos horas escuché a distintas personas, con facha y discurso de funcionario público, vanagloriarse de los logros de la institución. Eran grandes, poderosos y eficientes, y todo llevaba estrictos controles de gestión de calidad (es curioso, pero las palabras educación y enseñanza no figuraron en esta reunión).
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