El siguiente giro dramático de la historia, pasados los terrores de UNITEC, vino en la forma de una tremenda necesidad de encontrar un empleo que pudiera alimentarme... es divertido como, en el transcurso de pocos años, uno pasa de estudiante mantenido a becario y, finalmente, a mendigo altamente especializado. A veces me pregunto cómo sería vivir en un país de primer mundo donde la relación entre estudios e ingresos es más lineal, sin embargo, no me tardó mucho en estas divagaciones, ¿Qué podría ganar de ellas, además de rencor y una creencia falsa de que el mundo me debe algo?(¿Te zumbaron los oídos David?)
Así estaba, desempleado y tratando de moverme lo menos posible para no gastar calorías que no podría recuperar con costosa comida. Un día, dos días, quince días... "Ingeniero civil" -buscaba en OCC- y el portal desplegaba 300 puestos de trabajo para contadores... "Ingeniero ambiental", 250 posiciones para contadores y unas cuantas para telefonista... "Docente universitario", 200 puestos para marketing y 100 para maestra de historia.
Los años ciertamente me han hecho más aguantador, pero ¿Qué carajos? toda mi preparación servía para absolutamente nada, hasta que, como caída del cielo, mi teacher Eloisa... sí, mi teacher, una de mis maestras favoritas de cuando tenía entre 11 y 14 años, me escribió y me preguntó si quería tomar su lugar en una escuela católica como maestro de inglés. La paga era mejor que en la universidad patito de la cual ya he hablado demasiado, los horarios eran compatibles con mis clases en Ciudad Universitaria y se me requería inmediatamente. No soy un hombre de Dios, pero era difícil no considerar la situación sin amenizar con el "Ave María" de Schubert como fondo musical en mi cabeza.
Ser maestro de inglés en una secundaria de monjas particular. ¿Qué podía uno esperar? grupos grandes de niños vestidos de blanco inmaculado cantando en coro bellas alabanzas, maestros vestidos de "maestros de película americana" enseñando filosofía y teología, querubines pasando a participar al pizarrón por convicción y no por obligación... el edén de un maestro.
Mi disponibilidad de aprender era infinita, me arreglé lo más formal que pude y acudí a ser presentado como el reemplazo de la maestra de inglés.
Entrar al colegio, en el centro de la alcaldía de Tlalpan, fue como viajar en el tiempo a alguna época de los años 60's del siglo pasado, como estar en el set de Roma de Alfonso Cuarón. Todo se veía antiguo y tenía un toque romántico: Los colores desgastados, el azulejo descontinuado, las religiosas cruzando los pasillos y los niños de primaria jugando juegos arcaicos que alguien mucho mayor que ellos les habría enseñado.
No tardé ni 10 pasos en ver que ese era un sitio especial (y vaya que lo fue). El primer trámite consistió en pasar a cada uno de los tres grupos de secundaria acompañado de mi teacher Elo para anunciar su salida y mi llegada. Fue increíble ver cómo los niños se lanzaban al suelo y la sujetaban de los pies para no dejarla ir, como -literalmente- rompían en llanto al escuchar que ya no la verían. ¿Quién podría llenar ese lugar?, yo sé que al final no fui yo... pero no quiero arruinar el final, prefiero que se descubra poco a poco, y es que no me han faltado historias (y muy buenas, por cierto) en este lugar.
Antes de comenzar con la primera historia, es preciso decir que, a pesar de mis diferencias fundamentales con algunas de las personas que dirigen y trabajan en el colegio, la mayor parte del personal sólo busca lo que es mejor para los niños y, con mucho pesar, que mi vocación para trabajar con adolescentes es la misma que mi vocación como carcelero o domador de bestias peligrosas... es decir, nula.