lunes, 27 de mayo de 2019

Las Monjitas

El siguiente giro dramático de la historia, pasados los terrores de UNITEC, vino en la forma de una tremenda necesidad de encontrar un empleo que pudiera alimentarme... es divertido como, en el transcurso de pocos años, uno pasa de estudiante mantenido a becario y, finalmente, a mendigo altamente especializado. A veces me pregunto cómo sería vivir en un país de primer mundo donde la relación entre estudios e ingresos es más lineal, sin embargo, no  me tardó mucho en estas divagaciones, ¿Qué podría ganar de ellas, además de rencor y una creencia falsa de que el mundo me debe algo?(¿Te zumbaron los oídos David?)

Así estaba, desempleado y tratando de moverme lo menos posible para no gastar calorías que no podría recuperar con costosa comida. Un día, dos días, quince días... "Ingeniero civil" -buscaba en OCC- y el portal desplegaba 300 puestos de trabajo para contadores... "Ingeniero ambiental", 250 posiciones para contadores y unas cuantas para telefonista... "Docente universitario", 200 puestos para marketing y 100 para maestra de historia.

Los años ciertamente me han hecho más aguantador, pero ¿Qué carajos? toda mi preparación servía para absolutamente nada, hasta que, como caída del cielo, mi teacher Eloisa... sí, mi teacher, una de mis maestras favoritas de cuando tenía entre 11 y 14 años, me escribió y me preguntó si quería tomar su lugar en una escuela católica como maestro de inglés. La paga era mejor que en la universidad patito de la cual ya he hablado demasiado, los horarios eran compatibles con mis clases en Ciudad Universitaria y se me requería inmediatamente. No soy un hombre de Dios, pero era difícil no considerar la situación sin amenizar con el "Ave María" de Schubert como fondo musical en mi cabeza.

Ser maestro de inglés en una secundaria de monjas particular. ¿Qué podía uno esperar? grupos grandes de niños vestidos de blanco inmaculado cantando en coro bellas alabanzas, maestros vestidos de "maestros de película americana" enseñando filosofía y teología, querubines pasando a participar al pizarrón por convicción y no por obligación... el edén de un maestro.

Mi disponibilidad de aprender era infinita, me arreglé lo más formal que pude y acudí a ser presentado como el reemplazo de la maestra de inglés.

Entrar al colegio, en el centro de la alcaldía de Tlalpan, fue como viajar en el tiempo a alguna época de los años 60's del siglo pasado, como estar en el set de Roma de Alfonso Cuarón. Todo se veía antiguo y tenía un toque romántico: Los colores desgastados, el azulejo descontinuado, las religiosas cruzando los pasillos y los niños de primaria jugando juegos arcaicos que alguien mucho mayor que ellos les habría enseñado.

No tardé ni 10 pasos en ver que ese era un sitio especial (y vaya que lo fue). El primer trámite consistió en pasar a cada uno de los tres grupos de secundaria acompañado de mi teacher Elo para anunciar su salida y mi llegada. Fue increíble ver cómo los niños se lanzaban al suelo y la sujetaban de los pies para no dejarla ir, como -literalmente- rompían en llanto al escuchar que ya no la verían. ¿Quién podría llenar ese lugar?, yo sé que al final no fui yo... pero no quiero arruinar el final, prefiero que se descubra poco a poco, y es que no me han faltado historias (y muy buenas, por cierto) en este lugar.

Antes de comenzar con la primera historia, es preciso decir que, a pesar de mis diferencias fundamentales con algunas de las personas que dirigen y trabajan en el colegio, la mayor parte del personal sólo busca lo que es mejor para los niños y, con mucho pesar, que mi vocación para trabajar con adolescentes es la misma que mi vocación como carcelero o domador de bestias peligrosas... es decir, nula.

sábado, 11 de mayo de 2019

Una empresa disfrazada de universidad (parte 4 y última)

Había dejado por la paz el blog por bastante tiempo... he de admitir que me sube el ánimo escuchar de mis amigos que leen esto.
Lo cierto es que desde que empecé a escribir aquí, hace varios años, jamás pensé en una audiencia, era más una especie de diario público. Por los que leen esto, llegó el momento de concluir la historia de mis desdichadas aventuras en UNITEC.

Luego de la supuesta inducción, de ver lo marginados que estaban los profesores y de comenzar mi propia actividad docente, no fue difícil llegar a la conclusión que el lugar no era el mejor para desarrollarme. De cualquier modo no era como que pudiera darme el lujo de elegir... escogí el peor de los momentos para salirme de mi casa a vivir enamorado (que no se confunda, amor había, y mucho... dinero: nada en absoluto).

Hubo muchos incidentes como el del supuesto tratado internacional que pertenecía a una película de Marvel. Y la cosa no se limitaba a eso, los alumnos abiertamente me decían que estaban ahí para pasar lista y que no los distrajera.
Esta escuela era la UNAM vuelta al revés: los alumnos controlando las cosas, como un cliente que debe ser bien atendido, y los profesores haciendo lo que ellos decían, pues es conocida la máxima de que "el cliente siempre tiene la razón".
Llegaba a casa los miércoles a las 11 de la noche a mi nidito de amor cansado y harto de tener que intentar enseñar a gente para la cual mi clase era realmente su última prioridad. Lo divertido (hoy, porque en ese momento era angustiante) era esa forma tan unitecciana de comunicarse: yo llegaba a las 11 a la casa y siempre había un correo semejante a lo siguiente:

"Estimado docente, se le recuerda que mañana es el último día para inscribirse al curso de mejora de la enseñanza, obligatorio para su permanencia en la institución.

El equipo de ... la escuelita chafa esta (ya no quiero escribir el nombre, me dan ñáñaras)"

Siempre... SIEMPRE usaban el "se le recuerda"... ¡Chinga a tu madre! todos esos recordatorios recordaban eventos de los que en ningún momento me habían comunicado, y sí estaba al pendiente de mi correo institucional.
Además de lo oportuno de esos "se le recuerda", siempre se trataban de cursos o actividades en un horario radicalmente diferente al de mis clases allá, o sea que simplemente no podía ir.

Quien me conoce sabe que cuando estoy incómodo me pongo mal anímicamente (no digo que esté bien, pero así soy), así que tan sólo tres semanas después de empezado el infierno de mis "clases" en esta empresa decidí que, por mi propio bien, era el momento de retirarme y dejarle el trabajo a alguien que se sintiera más cómodo con la encomienda.

Preparé mi última clase, ¡y lo hice con clase! Decidí que daría la mejor de las cátedras... no sería una buena escuela despidiéndose de un mal maestro, ¡No!, sería mi mejor trabajo diciéndole adiós a una empresa mediocre... Dos horas de un viaje fantástico por el desarrollo de los tratados internacionales, ideas y conceptos que llevaron a acuñar "desarrollo sostenible", 66 diapositivas bárbaras de puro entretenimiento educativo.
Para mi sorpresa (es sarcasmo, no me sorprendí, sólo me convencí de que hacía lo correcto), de los 6 alumnos inscritos sólo llegó uno... di mi clase tan bien como puedo: sonreía, movía las manos y flotaba por el salón como una verdadera atalaya de la enseñanza universitaria. No tengo miedo de decir que fue una clase excelente y... ¿Saben cómo me veía mi único alumno?... ¡adivinen, adivinen!... me veía con lástima, como pensando "pobrecito, cómo se emociona por dar esto".

Terminé mi clase habiéndome quitado una carga inmensa de encima, sabía que me había esforzado y que no estaba en mi lo que pasara con esos alumnos. Caminé con calma por los pasillos, dejé el borrador, los plumones y el control del proyector en donde correspondía y dije "adiós" extendiendo una fracción de segundo la palabra mientras tomaban nota de lo que devolvía.
Los pasillos parecían más limpios, más amplios, ya no podían oprimir mi naturaleza, estaba... liberado.

Me dirigí a avisar a mi superior, a quien sólo expliqué que una mejor oportunidad de trabajo se había presentado (claro, eso habría querido yo). Me sorprendió saber que, ese día, tres de los cinco profesores recién contratados habían renunciado. Incluso se me felicitó por haber sido el único profesor saliente que dio su clase del día... lamento mucho que después de despedirme una cara de angustia se dibujara en la ya demacrada cara del coordinador de carrera, pero mi camino no estaba ahí, aparentemente tampoco lo estaba para otros dos de sus cinco profesores de temas ambientales, quién sabe, quizá somos naturalmente subversivos.

Entregué mi pase de entrada al policía, ya no lo necesitaría. Giré sobre mis pasos y me detuve a observar el edificio ¿Cómo puede ser tan parecido a las escuelas donde nosotros, los proletarios, nos formamos y aún así ser tan diferente al cruzar el umbral? Supongo que jamás lo sabré y, de cualquier modo, no pude detenerme largo tiempo a pensar en eso pues una ligera lluvia comenzaba a mojar mi cabello y escurrir sobre mis cejas. Abrí mi paraguas, di media vuelta y me alejé para no volver jamás.