sábado, 11 de mayo de 2019

Una empresa disfrazada de universidad (parte 4 y última)

Había dejado por la paz el blog por bastante tiempo... he de admitir que me sube el ánimo escuchar de mis amigos que leen esto.
Lo cierto es que desde que empecé a escribir aquí, hace varios años, jamás pensé en una audiencia, era más una especie de diario público. Por los que leen esto, llegó el momento de concluir la historia de mis desdichadas aventuras en UNITEC.

Luego de la supuesta inducción, de ver lo marginados que estaban los profesores y de comenzar mi propia actividad docente, no fue difícil llegar a la conclusión que el lugar no era el mejor para desarrollarme. De cualquier modo no era como que pudiera darme el lujo de elegir... escogí el peor de los momentos para salirme de mi casa a vivir enamorado (que no se confunda, amor había, y mucho... dinero: nada en absoluto).

Hubo muchos incidentes como el del supuesto tratado internacional que pertenecía a una película de Marvel. Y la cosa no se limitaba a eso, los alumnos abiertamente me decían que estaban ahí para pasar lista y que no los distrajera.
Esta escuela era la UNAM vuelta al revés: los alumnos controlando las cosas, como un cliente que debe ser bien atendido, y los profesores haciendo lo que ellos decían, pues es conocida la máxima de que "el cliente siempre tiene la razón".
Llegaba a casa los miércoles a las 11 de la noche a mi nidito de amor cansado y harto de tener que intentar enseñar a gente para la cual mi clase era realmente su última prioridad. Lo divertido (hoy, porque en ese momento era angustiante) era esa forma tan unitecciana de comunicarse: yo llegaba a las 11 a la casa y siempre había un correo semejante a lo siguiente:

"Estimado docente, se le recuerda que mañana es el último día para inscribirse al curso de mejora de la enseñanza, obligatorio para su permanencia en la institución.

El equipo de ... la escuelita chafa esta (ya no quiero escribir el nombre, me dan ñáñaras)"

Siempre... SIEMPRE usaban el "se le recuerda"... ¡Chinga a tu madre! todos esos recordatorios recordaban eventos de los que en ningún momento me habían comunicado, y sí estaba al pendiente de mi correo institucional.
Además de lo oportuno de esos "se le recuerda", siempre se trataban de cursos o actividades en un horario radicalmente diferente al de mis clases allá, o sea que simplemente no podía ir.

Quien me conoce sabe que cuando estoy incómodo me pongo mal anímicamente (no digo que esté bien, pero así soy), así que tan sólo tres semanas después de empezado el infierno de mis "clases" en esta empresa decidí que, por mi propio bien, era el momento de retirarme y dejarle el trabajo a alguien que se sintiera más cómodo con la encomienda.

Preparé mi última clase, ¡y lo hice con clase! Decidí que daría la mejor de las cátedras... no sería una buena escuela despidiéndose de un mal maestro, ¡No!, sería mi mejor trabajo diciéndole adiós a una empresa mediocre... Dos horas de un viaje fantástico por el desarrollo de los tratados internacionales, ideas y conceptos que llevaron a acuñar "desarrollo sostenible", 66 diapositivas bárbaras de puro entretenimiento educativo.
Para mi sorpresa (es sarcasmo, no me sorprendí, sólo me convencí de que hacía lo correcto), de los 6 alumnos inscritos sólo llegó uno... di mi clase tan bien como puedo: sonreía, movía las manos y flotaba por el salón como una verdadera atalaya de la enseñanza universitaria. No tengo miedo de decir que fue una clase excelente y... ¿Saben cómo me veía mi único alumno?... ¡adivinen, adivinen!... me veía con lástima, como pensando "pobrecito, cómo se emociona por dar esto".

Terminé mi clase habiéndome quitado una carga inmensa de encima, sabía que me había esforzado y que no estaba en mi lo que pasara con esos alumnos. Caminé con calma por los pasillos, dejé el borrador, los plumones y el control del proyector en donde correspondía y dije "adiós" extendiendo una fracción de segundo la palabra mientras tomaban nota de lo que devolvía.
Los pasillos parecían más limpios, más amplios, ya no podían oprimir mi naturaleza, estaba... liberado.

Me dirigí a avisar a mi superior, a quien sólo expliqué que una mejor oportunidad de trabajo se había presentado (claro, eso habría querido yo). Me sorprendió saber que, ese día, tres de los cinco profesores recién contratados habían renunciado. Incluso se me felicitó por haber sido el único profesor saliente que dio su clase del día... lamento mucho que después de despedirme una cara de angustia se dibujara en la ya demacrada cara del coordinador de carrera, pero mi camino no estaba ahí, aparentemente tampoco lo estaba para otros dos de sus cinco profesores de temas ambientales, quién sabe, quizá somos naturalmente subversivos.

Entregué mi pase de entrada al policía, ya no lo necesitaría. Giré sobre mis pasos y me detuve a observar el edificio ¿Cómo puede ser tan parecido a las escuelas donde nosotros, los proletarios, nos formamos y aún así ser tan diferente al cruzar el umbral? Supongo que jamás lo sabré y, de cualquier modo, no pude detenerme largo tiempo a pensar en eso pues una ligera lluvia comenzaba a mojar mi cabello y escurrir sobre mis cejas. Abrí mi paraguas, di media vuelta y me alejé para no volver jamás.

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