lunes, 6 de junio de 2022

En busca de la no-felicidad

 Mi última entrada en este blog la hice trabajando en un colegio católico como profesor de inglés de secundaria. Desde esos días hasta la actualidad, mi realidad ha cambiado tanto que parece una distinta. Recuerdo que, trabajando en el colegio, me sentía tremendamente triste de saber que tanta maestría y tantos esfuerzos habían terminado en un trabajo mal pagado en un ambiente hostil como la chingada (jajaja no saben lo mucho que disfruto escribir cosas no académicas). Ahora estoy a la mitad de mi doctorado, un doctorado en ciencias con el que soñé desde que tengo memoria. He pasado por altas y bajas, me han regañado y felicitado, he hecho cosas inteligentes y un par de pendejadas nada científicas, pero, en general, la gente que me guía en este camino opina bien de mí y de mi trabajo. Sin embargo, yo siento muchas veces que no tengo lo que se necesita para estar entre personas tan inteligentes, y que mi trabajo no es tan bueno como podría ser. No tienen idea de la cantidad de veces que reviso mis escritos antes de enviarlos, siempre encontrando una palabra, un concepto, una preposición que pude haber escogido mejor, o desarrollado más. 

y bueno, ¿De qué se trata esta entrada? Honestamente no podría describirlo en pocas palabras, creo que se trata de esta sensación de insatisfacción mezclada con tristeza y coraje que sentimos (los incluyo, aunque no sé a ciencia cierta si les ha pasado) cuando alcanzamos un objetivo o llegamos a un lugar y, como en el caso del colegio católico, nos castigamos por un sentimiento que nos dice que merecemos algo mejor o, llegamos a ese lugar mejor y de ensueño (mi doctorado) y pensamos que no somos lo suficientemente buenos para estar ahí. ¿Qué nos pasa? ¿Será que no podemos ser felices?

Aquí empiezo a encontrar un poco la luz. Mientras escribía "¿Será que no podemos ser felices?" me vino a la mente, ¿Podemos ser felices quedándonos quietos? Quiero decir, alguien podría subir una montaña y contemplar el amanecer más hermoso desde ahí, sentir que logró sus metas, derramar un par de lágrimas y bajar hinchado de felicidad. Pero ¿Qué pasa si le ponemos una casa en la cima de la montaña? Ese amanecer idílico se vuelve el amanecer de diario. Como que empieza a perder la magia, ¿No?

Entonces, ¿Nos creamos conflictos para no quedarnos estancados en la felicidad? ¿La felicidad completa, no solo no es alcanzable, sino que también es dañina? ¿Qué carajos queremos si, cada que logramos un objetivo, nos saboteamos sintiéndonos vacíos? La verdad, es que no tengo una respuesta, sino un mar de nuevas preguntas, aunque debo decir que no me siento solo en esta búsqueda de la... ¿no-felicidad? No, y es que me acompaña Disney.

No me volví loco (aun), pero me vino a la mente la película de Soul de Pixar. ¿Recuerdan la trama? Un profesor de música al que tachan de mediocre consigue su sueño de tocar al lado de una celebridad. Una vez que termina su toquín, sale del lugar y se sigue sintiendo vacío. Incluso hacen un chiste sobre un pez y algo sobre nadar, no recuerdo bien. El punto es que, esta enorme corporación ultra millonaria que moldea los valores y aspiraciones de millones de niños en el mundo produjo un largometraje que aborda esto. La empresa del ratón no suelta dinero sin saber que hay un público que consuma sus productos, por lo tanto no puedo ser el único preguntándose si llegará un momento en el que estemos contentos habiendo logrado algo que nos proponemos.

No-conclusión; estamos destinados a vivir en la no-felicidad, siempre saboteándonos internamente cuando alcanzamos una meta. La no-felicidad es un mecanismo con el cual podemos seguir avanzando hacia destinos inciertos en los que nos encontraremos con más no-felicidad que, con el tiempo, nos hará madurar y crecer como seres humanos. No podemos ser eternamente felices porque eso significaría conformarnos con el aquí y el ahora, así como aceptar que no cambiaríamos más. 

Se siente bien no llegar a conclusiones finales y poder escribir sin tanta regla en mente. También se siente bien pensar que no soy el único que navega esta incertidumbre sobre el autosabotaje y la felicidad. Sin haber llegado a nada me despido muy contento, hasta la próxima.


lunes, 27 de mayo de 2019

Las Monjitas

El siguiente giro dramático de la historia, pasados los terrores de UNITEC, vino en la forma de una tremenda necesidad de encontrar un empleo que pudiera alimentarme... es divertido como, en el transcurso de pocos años, uno pasa de estudiante mantenido a becario y, finalmente, a mendigo altamente especializado. A veces me pregunto cómo sería vivir en un país de primer mundo donde la relación entre estudios e ingresos es más lineal, sin embargo, no  me tardó mucho en estas divagaciones, ¿Qué podría ganar de ellas, además de rencor y una creencia falsa de que el mundo me debe algo?(¿Te zumbaron los oídos David?)

Así estaba, desempleado y tratando de moverme lo menos posible para no gastar calorías que no podría recuperar con costosa comida. Un día, dos días, quince días... "Ingeniero civil" -buscaba en OCC- y el portal desplegaba 300 puestos de trabajo para contadores... "Ingeniero ambiental", 250 posiciones para contadores y unas cuantas para telefonista... "Docente universitario", 200 puestos para marketing y 100 para maestra de historia.

Los años ciertamente me han hecho más aguantador, pero ¿Qué carajos? toda mi preparación servía para absolutamente nada, hasta que, como caída del cielo, mi teacher Eloisa... sí, mi teacher, una de mis maestras favoritas de cuando tenía entre 11 y 14 años, me escribió y me preguntó si quería tomar su lugar en una escuela católica como maestro de inglés. La paga era mejor que en la universidad patito de la cual ya he hablado demasiado, los horarios eran compatibles con mis clases en Ciudad Universitaria y se me requería inmediatamente. No soy un hombre de Dios, pero era difícil no considerar la situación sin amenizar con el "Ave María" de Schubert como fondo musical en mi cabeza.

Ser maestro de inglés en una secundaria de monjas particular. ¿Qué podía uno esperar? grupos grandes de niños vestidos de blanco inmaculado cantando en coro bellas alabanzas, maestros vestidos de "maestros de película americana" enseñando filosofía y teología, querubines pasando a participar al pizarrón por convicción y no por obligación... el edén de un maestro.

Mi disponibilidad de aprender era infinita, me arreglé lo más formal que pude y acudí a ser presentado como el reemplazo de la maestra de inglés.

Entrar al colegio, en el centro de la alcaldía de Tlalpan, fue como viajar en el tiempo a alguna época de los años 60's del siglo pasado, como estar en el set de Roma de Alfonso Cuarón. Todo se veía antiguo y tenía un toque romántico: Los colores desgastados, el azulejo descontinuado, las religiosas cruzando los pasillos y los niños de primaria jugando juegos arcaicos que alguien mucho mayor que ellos les habría enseñado.

No tardé ni 10 pasos en ver que ese era un sitio especial (y vaya que lo fue). El primer trámite consistió en pasar a cada uno de los tres grupos de secundaria acompañado de mi teacher Elo para anunciar su salida y mi llegada. Fue increíble ver cómo los niños se lanzaban al suelo y la sujetaban de los pies para no dejarla ir, como -literalmente- rompían en llanto al escuchar que ya no la verían. ¿Quién podría llenar ese lugar?, yo sé que al final no fui yo... pero no quiero arruinar el final, prefiero que se descubra poco a poco, y es que no me han faltado historias (y muy buenas, por cierto) en este lugar.

Antes de comenzar con la primera historia, es preciso decir que, a pesar de mis diferencias fundamentales con algunas de las personas que dirigen y trabajan en el colegio, la mayor parte del personal sólo busca lo que es mejor para los niños y, con mucho pesar, que mi vocación para trabajar con adolescentes es la misma que mi vocación como carcelero o domador de bestias peligrosas... es decir, nula.

sábado, 11 de mayo de 2019

Una empresa disfrazada de universidad (parte 4 y última)

Había dejado por la paz el blog por bastante tiempo... he de admitir que me sube el ánimo escuchar de mis amigos que leen esto.
Lo cierto es que desde que empecé a escribir aquí, hace varios años, jamás pensé en una audiencia, era más una especie de diario público. Por los que leen esto, llegó el momento de concluir la historia de mis desdichadas aventuras en UNITEC.

Luego de la supuesta inducción, de ver lo marginados que estaban los profesores y de comenzar mi propia actividad docente, no fue difícil llegar a la conclusión que el lugar no era el mejor para desarrollarme. De cualquier modo no era como que pudiera darme el lujo de elegir... escogí el peor de los momentos para salirme de mi casa a vivir enamorado (que no se confunda, amor había, y mucho... dinero: nada en absoluto).

Hubo muchos incidentes como el del supuesto tratado internacional que pertenecía a una película de Marvel. Y la cosa no se limitaba a eso, los alumnos abiertamente me decían que estaban ahí para pasar lista y que no los distrajera.
Esta escuela era la UNAM vuelta al revés: los alumnos controlando las cosas, como un cliente que debe ser bien atendido, y los profesores haciendo lo que ellos decían, pues es conocida la máxima de que "el cliente siempre tiene la razón".
Llegaba a casa los miércoles a las 11 de la noche a mi nidito de amor cansado y harto de tener que intentar enseñar a gente para la cual mi clase era realmente su última prioridad. Lo divertido (hoy, porque en ese momento era angustiante) era esa forma tan unitecciana de comunicarse: yo llegaba a las 11 a la casa y siempre había un correo semejante a lo siguiente:

"Estimado docente, se le recuerda que mañana es el último día para inscribirse al curso de mejora de la enseñanza, obligatorio para su permanencia en la institución.

El equipo de ... la escuelita chafa esta (ya no quiero escribir el nombre, me dan ñáñaras)"

Siempre... SIEMPRE usaban el "se le recuerda"... ¡Chinga a tu madre! todos esos recordatorios recordaban eventos de los que en ningún momento me habían comunicado, y sí estaba al pendiente de mi correo institucional.
Además de lo oportuno de esos "se le recuerda", siempre se trataban de cursos o actividades en un horario radicalmente diferente al de mis clases allá, o sea que simplemente no podía ir.

Quien me conoce sabe que cuando estoy incómodo me pongo mal anímicamente (no digo que esté bien, pero así soy), así que tan sólo tres semanas después de empezado el infierno de mis "clases" en esta empresa decidí que, por mi propio bien, era el momento de retirarme y dejarle el trabajo a alguien que se sintiera más cómodo con la encomienda.

Preparé mi última clase, ¡y lo hice con clase! Decidí que daría la mejor de las cátedras... no sería una buena escuela despidiéndose de un mal maestro, ¡No!, sería mi mejor trabajo diciéndole adiós a una empresa mediocre... Dos horas de un viaje fantástico por el desarrollo de los tratados internacionales, ideas y conceptos que llevaron a acuñar "desarrollo sostenible", 66 diapositivas bárbaras de puro entretenimiento educativo.
Para mi sorpresa (es sarcasmo, no me sorprendí, sólo me convencí de que hacía lo correcto), de los 6 alumnos inscritos sólo llegó uno... di mi clase tan bien como puedo: sonreía, movía las manos y flotaba por el salón como una verdadera atalaya de la enseñanza universitaria. No tengo miedo de decir que fue una clase excelente y... ¿Saben cómo me veía mi único alumno?... ¡adivinen, adivinen!... me veía con lástima, como pensando "pobrecito, cómo se emociona por dar esto".

Terminé mi clase habiéndome quitado una carga inmensa de encima, sabía que me había esforzado y que no estaba en mi lo que pasara con esos alumnos. Caminé con calma por los pasillos, dejé el borrador, los plumones y el control del proyector en donde correspondía y dije "adiós" extendiendo una fracción de segundo la palabra mientras tomaban nota de lo que devolvía.
Los pasillos parecían más limpios, más amplios, ya no podían oprimir mi naturaleza, estaba... liberado.

Me dirigí a avisar a mi superior, a quien sólo expliqué que una mejor oportunidad de trabajo se había presentado (claro, eso habría querido yo). Me sorprendió saber que, ese día, tres de los cinco profesores recién contratados habían renunciado. Incluso se me felicitó por haber sido el único profesor saliente que dio su clase del día... lamento mucho que después de despedirme una cara de angustia se dibujara en la ya demacrada cara del coordinador de carrera, pero mi camino no estaba ahí, aparentemente tampoco lo estaba para otros dos de sus cinco profesores de temas ambientales, quién sabe, quizá somos naturalmente subversivos.

Entregué mi pase de entrada al policía, ya no lo necesitaría. Giré sobre mis pasos y me detuve a observar el edificio ¿Cómo puede ser tan parecido a las escuelas donde nosotros, los proletarios, nos formamos y aún así ser tan diferente al cruzar el umbral? Supongo que jamás lo sabré y, de cualquier modo, no pude detenerme largo tiempo a pensar en eso pues una ligera lluvia comenzaba a mojar mi cabello y escurrir sobre mis cejas. Abrí mi paraguas, di media vuelta y me alejé para no volver jamás.

domingo, 16 de diciembre de 2018

El Universo cinematográfico de Marvel y Avengers: Infinity War. ¿Por qué nos hace sentir tanto a los adultos?


Las películas del universo cinematográfico de Marvel llevan ya 10 años en las pantallas, haciendo de las suyas entre el público de todas las edades. Pero ¿Cuál es el público que mayormente las ve?. De acuerdo a la página https://www.statista.com/statistics/807367/marvel-movie-viewership-age/ para las películas de la serie de "Avengers" el grupo etario de mayor asistencia está entre los 18 y los 34 años... La página en realidad no es muy buena, los porcentajes de hecho no suman un 100%, pero pensé que si ya habías llegado hasta aquí te gustaría pensar que esto tiene un poco de formalidad.

Aunque la fuente que cité no es muy buena (¡y cobra dinero por una suscripción!), el dato es verdad, los niños no son la principal audiencia de Avengers. La confusión está extendida, porque incluso ha habido quejas de grupos de padres conservadores en Estados Unidos, alegando que el tono de su última película (Infinity War) es muy oscuro, siendo que los superhéroes son un producto para niños. Aquí es claro que este señor seguro apoya a Donald Trump, porque sólo un neofito ultraconservador diría tal barbaridad.

Los superhéroes son la versión actual de la mitología, personajes que representan y enaltecen los valores que consideramos importantes. Hasta este punto se le podría dar la razón al padre de familia que teme por el tono "oscuro" de Infinity War, pero estaríamos dejando de lado el hecho de que los padres de Batman habían sido brutalmente asesinados en un callejón en los años 40 del siglo pasado, o que el tío Ben había muerto en manos de un ladrón en 1962.
Ambos hechos, extremadamente violentos, sirven de pretexto a la narrativa del personaje, son el pivote sobre el cual cada uno de los héroes puede comenzar su camino.

Aclarado lo anterior, podemos seguir esta discusión, ya sin el temor de asegurar que los superhéroes no son necesariamente para niños, entrando al tema medular que me interesa: ¿Por qué Infinity War nos hizo sentir tanto a los adultos?.

Nací a principios de la década de 1990, estoy en un grupo de edad entre los 25 y 30 años, así que entiendo que quizá, varias de las conclusiones a las que llegue no serán extrapolables a muchas personas, pero, ¡Caray!, ese momento cuando Thanos truena los dedos y la mitad de TODO se muere. No recuerdo haber sentido tanta impotencia en una sala de cine desde que Naomi Watts era arrastrada por los escombros del tsunami en "Lo imposible" (qué curioso que el actor que interpretaba a su hijo mayor es el actual Hombre Araña).

Fueron tantas escenas épicas juntas en una sola película, que era imposible dejar de ver la pantalla. Si parpadeabas en un momento inoportuno seguro podrías perderte de una pieza de acción inigualable: La pelea entre el Capitán América, la Viuda Negra, la bruja escarlata, Visión y Falcon (no hay cómo hablar de esto sin campechanear idiomas, lo siento) contra la Orden Oscura, la primera pelea en Nueva York contra Calamardo con poderes telequinéticos, la lucha de mujeres entre Okoye, la Viuda Negra y la Bruja Escarlata contra Proxima Midnight... ¡Dios!, en esa escena mis cabellos se pusieron de punta, ¡Qué manejo de la acción! un mensaje feminista ligero pero contundente cuando la villana amenaza a La Bruja Escarlata diciendo que va a morir sola, ah pero entonces escuchamos a Scarlett Johansson diciendo en un tono de sorpresa "Ella no está sola", diálogo seguido de la increíble música de Alan Silvestri que por fin pude memorizar.



La película ha sido analizada y vuelta a analizar, así que mi aportación va en torno a algo nuevo que intenta contestar el por qué de nuestra atracción como adultos hacia esto. Creo haber llegado a una conclusión satisfactoria, y se trata de nuestros juegos de niños (antes de que las tablets y celulares hicieran las veces de padres). Recuerdo estar sentado en el pasto con una caja de juguetes que desordenaba a mi alrededor, veinte o treinta figuras de diferentes películas y series (algunas ni siquiera pertenecían a una franquicia), con la constante de que todos los personajes interactuaban entre ellos y eran, en cierta medida, necesarios para hilar la historia de mis juegos. A veces, aunque Harry Potter no era tan importante, mi juego necesitaba que un objeto volara para que Batman se salvara y pudiera llegar a rescatar a los dinosaurios... siendo absurdo que Batman pudiera hacerlo solo, se necesitaba contar con un mago.

La interacción entre personajes era inevitable y les pido que recuerden ese instante de sus juegos cuando todos los buenos que "lanzaban" algún poder atacaban al malo. Me alcanzo a ver lleno de polvo acostado boca abajo sobre el piso con mis juguetes en las manos haciendo los ruidos de todos esos rayos y lasers y chorros de agua y electricidad, llenándome los labios de baba con esos rugidos tan raros... y lo vuelvo a ver hoy, veinte años después, en el cine, cuando todos los héroes pelean contra Thanos en Titán. Son mis juegos, son nuestros juegos hechos una película.

¿Por qué Avengers: Infinity War nos hace sentir tanto como adultos? Mi respuesta:  porque nos recuerda que fuimos niños que hace décadas ya hacíamos atrevidos cruces entre universos y marcas competidoras, porque nos ofrece la posibilidad de sentarnos a ver un juego divertido, emocionante y, a veces, siniestro; en el que no importa que gane el malo... porque el malo también llegó a ganar en nuestros juegos, pero siempre sabíamos que al día siguiente podríamos sacar nuestros juguetes al patio y arreglar las cosas.


miércoles, 7 de noviembre de 2018

Una empresa disfrazada de universidad (parte 3)

La junta acabó y me habían dado mi carga de materias... una sola materia, siendo que en las entrevistas de trabajo me habían ofrecido dos. No hice escándalo, pues, como he dicho antes, necesitaba urgentemente cualquier dinero.

Salí pasadas las 10 de la noche de la junta de inducción, que no me indujo a nada, más que a acrecentar mis dudas sobre la legitimidad de la escuela; pero yo necesitaba el dinero.

Las clases comenzarían el lunes próximo y yo no tenía el temario de la materia que iba a impartir, así que no tenía idea de cómo comenzar el curso. Me tranquilicé pensando que podría tomar un temario similar de otra universidad. Hasta el día viernes, cuando recibí un correo confirmando de manera formal mi carga de materias... dos esta vez, diferentes a las dos que me habían ofrecido en las entrevistas y a la que se me asignó en la inducción. Esto estaba bien por mi, pues significaba más dinero.

Los temarios llegaron por correo la madrugada del domingo, por lo que no pude preparar más que una primera clase genérica en la que incluí un examen diagnóstico.

A pesar de que las cosas pintaban bastante mal, yo seguía conservando en el fondo una actitud positiva, pues, es sabido de cualquier profesor, que estar frente a un grupo de universitarios puede ser más satisfactorio que cualquier otra cosa. Me arreglé lo mejor que pude (sin llegar a la formalidad) y salí puntual a dar mi clase, la primera clase de lo que esperaba fuera un gran principio para mi.

En la escuela pedí el material necesario y subí a mi salón de clases, listo para encontrarme con jóvenes deseosos de aprender lo que tenía que enseñarles, cerebros de veintitrés años (según mis cálculos debido al cuatrimestre al que pertenecía mi materia) listos para aprender y cuestionar su relalidad. Por supuesto que no fue así, y es que esperé casi veinte minutos para que el primer alumno (de unos treinta años) entrara con desgano e indiferencia al salón, preguntándome si ya había llegado el profesor.

Para no extender el cuento, todos mis alumnos eran más grandes que yo y tenían una actitud nefasta ante mi clase. No recuerdo haber estado jamás ante un auditorio tan indiferente. Al aplicar mi examen diagnóstico, una de las preguntas era si conocían algún tratado internacional sobre la protección del ambiente, a lo que dos de mis cuatro bultos de carne contestaron llanamente "Sí".

Salí desolado de mi primera clase, ¿Qué carajos había pasado?. Nadie me puso atención, la única mujer se la pasó maquillándose y uno de los bultos de carne, al escuchar que yo daba otra clase a la que él estaba inscrito, me aclaró cortesmente que no pensaba asistir esa semana para evitar aburrirse.

La segunda clase no fue muy diferente, a pesar de tener una actitud un poco más positiva, el reto era burlarse del profesor. Agradezco ser joven y cinéfilo, pues de otra forma esos pequeños idiotas se habrían salido con las suya, permítanme explicar: al contestar a la pregunta sobre el conocimiento de un acuerdo internacional sobre la protección del ambiente, uno de ellos muy confiado dijo "Los acuerdos de Sokovia, por supuesto los conoce, ¿no profesor?". Y claro que los conozco, son los acuerdos ficticios mostrados en "Capitán América: Guerra Civil" por los cuales Tony Stark y Steve Rogers comienzan a pelear.
Admito que disfruté ver su cara de decepción y coraje al decirle que se estaba confundiendo con un tratado internacional ficticio, pero fue más mi decepción tras esa primera semana tortuosa de clases mal logradas.


miércoles, 3 de octubre de 2018

Una empresa disfrazada de universidad (parte 2)


Sobreviví a la sesión de inducción, que duró 4 horas y veinte minutos, de las 6 de la tarde a unos minutos pasadas las 10 de la noche. La junta, como bien dije, se trató más de platicarnos las virtudes de UNITEC (ya no importa si menciono el nombre de la empresa, empresa hoy y siempre ¡no escuela!) que de introducirnos a su sistema.

Durante mi estancia ahí observé varias situaciones que llamaron mi atención negativamente:

1.-El anfitrión de la sesión, quien estrenaba su nuevo nombramiento de director de las carreras de ingeniería civil, ambiental, química y sustentabilidad (otro foco rojo es que una sola persona coordinara ingenierías tan variadas) tenía una cara de cansancio que no podía ignorarse. 
Sus ojeras eran pronunciadas y daban la apariencia de alguien que no había dormido en días. A pesar de que intentaba mantener una charla agradable, sus fuerzas iban y regresaban por exceso de trabajo

2.-Los correos y comunicados que el jefe de división enviaba llegaban siempre pasadas las 12 de la noche, lo que quiere decir que se llevaba mucho de su trabajo a casa para trabajar a altas horas de la madrugada

3.-La presentación de los profesores: Un momento de miedo de verdad... primero, si me conoces, o me has leído, sabrás que, a pesar de ser un ególatra de categoría, respeto a la gente de cualquier estrato social. Si alguien es rico o pobre no me interesa mientras puedan mantener una plática interesante o no me molesten. Yo mismo estoy en tan mala situación económica que busqué trabajo en este lugar. 
En fin, la presentación de los profesores... un salón que comenzaba a llenarse de las personas más variadas, yendo de lo convencional a lo dantesco de forma vertiginosa. Contraste de jóvenes y viejos dedicados a la noble profesión de enseñar, y todos con una cosa en común: se notaba la pobreza.
Tan mal como suena lo anterior, era cierto. A pesar de que todos iban con una actitud positiva y muy aseados, la ropa se veía vieja, los pantalones desgastados por el uso, las suelas de los zapatos gastadas, las chamarras remendadas y las mochilas roídas

4.-No me dejé llevar por esa primera impresión y la junta continuó, ah, pero es que faltaban sustos todavía. La mecánica para repartir las clases es priorizar la antiguedad del profesor y su evaluación docente (en la que abundaré en la tercera parte). De acuerdo a estos criterios se ofrecen más, o menos clases. 
Esto suena bien en teoría, pero, consideremos que el tabulador de pagos funciona aproximadamente así: $139 la hora a profesionistas con título y cédula, y un máximo de (no estoy seguro del número exacto, pero voy a exagerar) $230/h a personas con doctorado.

 Las clases se dan dos veces a la semana en sesiones de dos horas. Imaginemos que eres de ese ínfimo porcentaje de eruditos que se doctora y trabaja en esta empresa; tu salario sería de $4320 al mes por una clase. 

Actualmente una beca de doctorado de CONACYT ofrece $14,000 al mes, lo que significa que tendrías que dar 6.3 clases para igualar la becaCon siete clases ya garantizaste ganar más que un becario de doctorado, esto está bien si te dan esas siete clases, si te dan seis puedes, al menos, vivir holgadamente en un lugar sencillo y siendo ahorrador.

La persona que más clases recibió fue una maestra (me refiero a su título) a la que le dieron 4 clases, la mayoría de los profesores recibió únicamente 3. Tres clases, siendo doctor, se traducen en un salario mensual de $11,040; siendo licenciado, $6,672.

Las caras de los profesores que esperaban más clases y sólo recibieron una o dos, esas caras me van a perseguir por el resto de mi vida (sí, estoy siendo algo melodramático). Varios profesores, que al presentarse mencionaron llevar trabajando hasta 19 años con la empresa, recibieron dos clases, ¡dos clases por 19 años de tu vida! En sus ojos se alcanzaba a ver la angustia, y a pesar de que escondían la frustración, el enojo y la preocupación como los profesionistas que son, en el aire se escuchaba la pregunta muda que se hacían, "¿Qué voy a hacer ahora?".

La junta de inducción debió de ser suficiente para espantarme, pero seguí adelante, esperando que el placer de estar frente a un grupo de jóvenes universitarios disipara mis dudas.


lunes, 17 de septiembre de 2018

Una empresa disfrazada de universidad (parte 1)

No sé qué tanto debería abundar en detalles sobre esta entrada del blog. Naturalmente no deseo meterme en problemas, y, puesto me dedico es la academia, suena bastante probable que esto me traiga problemas si es leído por la persona equivocada.

Digamos que mi alma máter es la máxima casa de estudios del país. Es un espacio patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO y tiene de todo. En esta noble casa de estudios cursé la preparatoria, la carrera y la maestría. Mi relación ahora es la de empleado, y aunque el trabajo es muy poco para vivir de él, tengo la esperanza que los años me permitan crecer aquí.
¿Dije ya que el trabajo es poco para vivir de él?, bueno, pues fue necesario buscar por fuera otro ingreso, y viendo que mi vocación es la de enseñar, me acerqué a una universidad privada cuyo acrónimo está compuesto por las primeras tres letras de la palabra "universidad" y las primeras tres de "tecnología".
Mi primer sorpresa vino cuando pasé el primer filtro de entrevistas en Recursos humanos y hablé con un coordinador académico, quien claramente me dijo: "Aquí no tenemos alumnos de alto rendimiento como en la UNA(casi caen, sigamos con la discreción), nuestros alumnos son de bajo a medio rendimiento". De haber sabido que lo que decía era muy en serio creo que habría desistido en ese momento.
Los procesos de selección siguieron y, finalmente, fui comunicado de mi feliz ingreso. Me estaban ofreciendo dos materias, lo suficiente para no dejarme morir de hambre.

Mi segunda sorpresa fue la junta de inducción, en la que creí que se hablaría de lo que los profesorres de nuevo ingreso deberíamos saber sobre los procesos internos de la escuela (seguía pensando en ese lugar como una escuela). Cualquier estudiante de mi alma máter está acostumbrado a visitar auditorios elegantes con suelos de duela y asientos tipo estadio con una acústica envidiable, eso era lo que esperaba... hasta que entré en este espacio grande de concreto gris pálido y alfombra de poliéster industrial. La sensación era la de estar en una expo del World Trade Center, todo se sentía muy ejecutivo. 
Las siguientes dos horas escuché a distintas personas, con facha y discurso de funcionario público, vanagloriarse de los logros de la institución. Eran grandes, poderosos y eficientes, y todo llevaba estrictos controles de gestión de calidad (es curioso, pero las palabras educación y enseñanza no figuraron en esta reunión).